Descripción
1ª Y UNICA EDICION
BELLISIMA OBRA ILUSTRADA Y MUY RARA
El Carnaval de Barcelona en 1860.
…RELACION DE FESTEJOS, BAILES, TRASPIES, PASO DE MASCARAS, EL CARNAVAL EN EL TEATRO DEL LICEO, NOTAS PINTORESCAS Y COSTUMBRISTAS SOBRE LA FIESTA, DIVERTIDA PICARESCA, COSTUMBRES PICANTES…
“Batiburrillo de anécdotas, chascarrillos, bufonadas, quid-pro-quos, dislates, traspiés, pataletas, fantasmagorías, banderillas, zambras, espasmos, bacanales, bailoteos, mascaradas, diabluras, truenos y otras quisicosazas propias de esta bulliciosa temporada, aliñado en prosa y verso”
Fructuós Canonge fue un célebre mago catalán del XIX, de cuando los ilusionistas tenían abiertas las puertas de los grandes teatros, los recibían los reyes y eran aplaudidos por su arte. Nació en Montbrió del Camp y emigró a Barcelona, donde se instaló como limpiabotas en la plaza Reial. Hace unos años, el Ayuntamiento rescató los iconos callejeros que le sobrevivieron: el rótulo de su chiringuito y un dibujo mural de él ya como mago consagrado. Pobre, fue solidario con los aún más pobres. Las turbulencias políticas de la época lo salpicaron terriblemente (estuvo a punto de ser ejecutado por la vía sumarísima).
En 1860, en una actuación de un famoso mago húngaro en el Teatro Principal, éste retó al público a descubrir el truco y dijo que obsequiaría con 4.000 reales al afortunado que lo consiguiera. Fructuós se levantó de la butaca, subió al escenario y desenmascaró la trampa. Desde entonces se catapultó como un auténtico prestidigitador profesional con el nombre de El gran Canonge. Actuó para Isabel II, que quedó tan deslumbrada que le otorgó la Gran Cruz de Isabel la Católica, y también para Alfonso XII, quien le distinguió con dos cruces más. Recibió también la orden de Carlos III. A Fructuós le encantaban las medallas y las insignias y siempre que podía se las colocaba en el pecho. Es famosa una frase que quedó para la posteridad: “Tens més medalles que el Canonge”.
Fructuós fue un hombre singular que despertó la simpatía de sus conciudadanos. Su sentido del humor y un espíritu de organizador le llevaron a organizar los carnavales de Barcelona durante la década de 1860, que llegaron a su máximo esplendor. En las proclamas de las fiestas él mismo se atribuyó los títulos de marqués del Charol y duque del Cepillo.
EL CARNAVAL EN BARCELONA
La fiesta en la Barcelona del XIX no se concebía nunca como un acto privado sino que era una celebración global que incluía a todos sus habitantes y, lo que es más importante, a todos los espacios urbanos —aunque existían unos espacios más relevantes que otros. Durante la fiesta la ciudad era tomada por las clases populares para hacer de ella su escenario festivo. Tanto en Carnaval, como en la Semana Santa, o durante el Corpus Christi, los ciudadanos de Barcelona vivían los eventos en las calles. Durante el Antiguo Régimen la autoridad había sido relativamente tolerante al respecto. En parte porque el poder, la corte entonces, estaba muy lejos y, en parte, por la cobertura religiosa de que gozaban la mayor parte de las festividades. El poder aristocrático no llevó a cabo ataques exacerbados contra las festividades populares. Muy distinta fue la situación tras la llegada de los liberales al poder. Para empezar el calendario festivo fue reducido de 93 días a menos de 75. Luego vinieron la modificación del espacio festivo, un espacio sacralizado por definición,y las prohibiciones.
Durante la fiesta las clases populares estaban en la calle, la invadían. Todos los ciudadanos participan de ella. Las procesiones, impregnadas del espíritu barroco de los «autos sacramentales», escenificaban a la vista de todos el pueblo desfilando. Cuando Barcelona recibía vistas reales la misma escenografía sacramental se repetía. Junto a los monarcas desfilaban los ciudadanos ordenados por cuerpos y oficios. Durante las visitas reales, un acto de marcado carácter político, como en la fiesta la gente era coprotagonista. En 1834, con los liberales en el poder, se produjo la última visita real en que el pueblo participó como actor, tras dicha fecha la escenografía cambió. Desde entonces el séquito real desfilará sólo por las calles de la ciudad yendo de institución en institución o de fábrica en fábrica. El pueblo se convertía de este modo en espectador pasivo. Agolpado en las aceras verá desfilar a la reina —o al rey—, siendo testigos del esplendor del poder, pero sin participar de él. En cuanto al Carnaval no precisa de muchos comentarios. Su sentido era la inversión de la realidad, la igualación de la condición humana, la relativización de todo lo oficial y la exaltación de lo material. Ello lo convertía en un evento sumamente subversivo en un momento en que los liberales buscaban establecer y legitimar su escenografía urbana basada, entre otras cosas, en la solemnización. De nuevo las calles —todas— vuelven a ser tomadas por la fiesta. Como en el caso del Corpus no se hacen distinciones de clase o de rango durante la fiesta. En el Carnaval, como en otras conmemoraciones, la fiesta terminaba con comilonas y con hogueras donde se procedía a la «limpieza» de la ciudad. El monigote de Don Carnal era quemado en llevándose con él todos los males urbanos. El fuego como purificación y catarsis volvía a ser incluido en la fiesta, en otra escenografía ritual colectiva.
El Carnaval, mucho más que otras celebraciones, sufrió los ataques de la nueva autoridad municipal. Ya en los últimos años del Antiguo Régimen diversas órdenes acotaban y delimitaban la festividad, aduciendo razones de orden público. Los liberales mantuvieron esta actitud recelosa pero, al mismo tiempo, intentaron reconducir la fiesta hacia unos derroteros menos escabrosos. En primer término, como hicieron con el resto de las manifestaciones urbanas, favorecieron la privatización del Carnaval. Privatización en el sentido de recluir la fiesta a espacios delimitados, evitando que la ciudad entera fuese su escenario. Desde 1830, más o menos, proliferaron locales para su celebración —la burguesía lo celebrará en el teatro de la ópera o en sus «pisos taller»— intentando limitar la fiesta popular a lugares cerrados tales como huertos, o instalaciones al estilo de «la Patacada». Pero, al mismo tiempo, se intentó una apropiación de los símbolos y del lenguaje del drama satírico carnavalesco. El ejecutor de este intento de «aculturación» del Carnaval fue Anselm Clavé. Educado en los ambientes de la joven burguesía barcelonesa, en los «pisos taller» donde se reunían para realizar obras de teatro y fiestas los hijos de las buenas familias de la ciudad. Clavé llevó los mensajes de la nueva moralidad burguesa a los barrios populares. Su máxima era alejar a los obreros de la taberna y de la revuelta, y para tal objeto creó sus coros, agrupaciones de obreros que en vez de pasar las tardes en la taberna iban a cantar a los nuevos jardines creados en el Ensanche. El lema de estas corales era «Progreso, Virtud y Amor». El paso siguiente fue la usurpación del carnaval popular. Desde 1846, año en que participó por primera vez en el carnaval de la ciudad, fue introduciendo una visión folclórica en la cual la espontaneidad popular desaparecía, reduciendo el ritual festivo a un paseo ordenado por unas calles previamente pactadas y modificando los contenidos subversivos en favor de los componentes estéticos y escenográficos menos agresivos. El Carnaval —que sus agrupaciones corales controlarán desde 1860— que proponía era un mero paseo de máscaras y músicas.
Otro elemento destacable del ambiente festivo es el referido a la provisión. La fiesta era de todos y estaba sufragada y organizada por todos. Los alimentos corrían por la ciudad. La fiesta era abundancia… el pueblo reinaba de forma generosa. Tanto en el Corpus como el Carnaval las celebraciones terminaban en banquetes festivos. El ejemplo más nítido de esta concepción de abundancia festiva era la «caramellada» que se realizaba al acabar la Semana Santa, el Lunes de Pascua. Grupos de jóvenes recorrían las casas exigiendo alimentos, particularmente dulces, a todos los ciudadanos con los que luego organizaban comilonas en las afueras de la ciudad. El propio Corpus, en lo simbólico, también retenía referencias a la comida, en concreto a la antropofagia encarnada en la ingestión del cuerpo de Jesucristo. Abundancia, libertad de movimientos, igualdad en el trato, prevalencia de las relaciones sobre los contenidos, eran las características de la invasión festiva de Barcelona por sus clases populares.
1860
EL CARNAVAL DE BARCELONA EN 1860
J. A. CLAVE Y J. M. TORRES
Libreria Española, Barcelona
SALPICADO DE PICARESCAS CARICATURAS Y ADORNADO DE ELEGANTES LAMINAS LITOGRAFIADAS POR MORAGAS
Encuadernación artesanal en media piel con tafiletes dorados y papel de aguas en perfecto estado. Interior correcto con alguna lamina algo corta de margenes (ver fotos).
Ilustrado con viñetas, cabeceras, grabados y 4 esplendidas Laminas de Moragas
(Laminas muy buscadas ya que son contados los ejemplares que las lleven)
187 pag. medidas 200 x 150 mm aprox.